IMPORTANTE: Esta entrada fue publicada aquí y los comentarios originales de los primeros lectores quedaron ahí guardados por si los quieren visitar. (Escrito por Nica Misinez)
Si mi compañera habla de los principios.. ¡yo también quiero! Y para eso, como ella, he de remontarme unos cuantos años atrás. En el otoño de 2010, cuando un gato me salvó la vida a mí. Desde bien pequeñita, jamás encontré una actividad en la que me sintiera a gusto, ilusionada con lo que hacía. Las personas acababan aburriéndome, probé varias vías de estudio y nada, me faltaba esa cosilla que le da chispa a la vida. Siempre había respetado a los animales, pero nunca había tenido debilidad por ellos. En un intento de comenzar una nueva aventura me dije, ¿y si adopto un gato? Jamás me planteé comprar, sin conocer el mundo animalista, ni todas las protectoras que fomentan la adopción. Por eso ahora me cuesta tanto creer que haya que explicarle a la gente que comprar un ser vivo está muy mal. Cuando entré a aquella gatera, ¡me brillaron los ojos! Y lo que más recuerdo es que me enamoraron todos los que tenían alguna rareza (una cojera, la amputación de un miembro). Y para mi sorpresa todos ellos estaban reservados. Y de repente vi una bola negra, desaliñada y delgada, mirándome a la altura de mis pies. Y él sí estaba disponible. Y ese fue el principio. Asimov me regaló una nueva vida. Aprendí a querer a alguien hasta doler. Nuestra compañera bloguera leyó ayer (ya que su pasión es leer cosas gatunas) que los gatos llegan a nuestra vida en el momento justo para enseñarnos cosas, aunque no nos demos cuenta. Desgraciadamente no pasé con Asimov más de dos meses. Una cruel enfermedad se lo llevó al arcoiris. Pero si él no me hubiera salvado a mí, yo no habría salvado a todos los que vinieron después.
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